Entramos en la cocina de El Albergue del Pinar para conocer a nuestros compañeros Unai y Adrián
26 de junio de 2025 EL ALBERGUE DEL PINAR, REVISTA FES
Son los protagonistas de nuestra segunda revista de 2025 que puedes leer AQUÍ

En los platos de este cocinero no faltan nunca estos ingredientes: esfuerzo, superación y ganas. Esfuerzo para aguantar físicamente unas jornadas laborales que a él se le antojan duras, superación para sacar ventaja a su situación y ganas porque es joven, preparado y capaz.
Las piernas de Unai Hontiyuelo (Valladolid, abril de 2002) no son como las de la mayoría de las personas. Su cuerpo se apoya en dos prótesis de titanio, hechas a medida para él, con las que camina, juega al fútbol, y convive desde hace 15 años, cuando una sepsis meningocócica, una enfermedad fulminante provocada por una bacteria que envenena la sangre, le dejó graves secuelas físicas y neurológicas que obligaron a la amputación de ambas piernas por debajo de la rodilla.
Tenía 8 años. Era 8 de agosto. Un día antes su madre, Beatriz, daba a luz al tercero de sus hijos sin saber que lo que sucedía a Unai. «No recuerdo mucho de aquello, me acuerdo poco, pero mis padres y mis médicos y rehabilitadores del Hospital de La Paz en Madrid me han contado que fui un niño muy valiente, estuve casi 6 meses en una cama pero después mi proceso fue rápido, tanto que en lo que yo ya estaba caminando otras personas estaban aprendiendo a levantarse», recuerda. Antes de aquel episodio que marcó su vida Unai ya entraba en la cocina con su abuelo Román «pero no para cocinar, para picotear lo que él cocinaba. Acabé la ESO y como era un mundo que me gustaba decidí estudiar un grado de cocina». Y hasta aquí; hoy es un joven de 23, con novia, Elsa, con un trabajo como cocinero, con un plan de vida. ¿Cómo es un día en la vida de Unai? «Para mi un día de trabajo es un día de cansancio.… mis muñones no tienen piel sana, por lo que me cuesta mucho más que a otras personas amputadas que pueden aguantar más de pie que yo». Pero como para cocinar se necesitan manos, alma y cabeza, y esas tres le funcionan muy bien, Unai es perfectamente capaz de trabajar y lo hace contento y muy integrado en el equipo de El Albergue del Pinar.
“Me siento muy bien aquí, integrado y arropado, aunque se que a veces cuesta entender que yo tengo otro ritmo diferente al de la mayoría, pero estoy muy contento”, reconoce con emoción. Unai ha conectado muy bien con sus compañeros de trabajo como Adrián, ayudante a veces en cocina y ayudante otras en las labores de mantenimiento del albergue. “En el poco tiempo que llevamos juntos ya hemos congeniado muy bien, se que a todo lo que necesite me va a ayudar…eso y más”.
Adrián Martín (Valladolid, julio de 2002) nació con Síndrome de Down, lo que significa que, en lugar de tener dos copias del cromosoma 21 como la mayoría de las personas, tiene 3. Ese cromosoma extra no le ha impedido estudiar, trabajar y disfrutar del deporte. “Estoy muy contento aquí, me siento muy querido por todos mis compañeros y estoy feliz porque yo no pensaba nunca poder acabar trabajando aquí”.
Adrián, como Unai, lleva el fútbol en las venas, de hecho ambos hubieran querido ser futbolistas de mayores. No ha sido exactamente así, pero puede decirse que alguna vinculación con el fútbol tienen: ambos han sido pre monitores de la Escuela 100×100 Deporte y siguen visitando los entrenamientos. “Me gustan las dos cosas, trabajar en la cocina y trabajar en mantenimiento y en la escuela”, reconoce Adrián. Ni unas piernas de metal ni un cromosoma de más impiden a Unai y a Adrián llevar una vida normal, guiada por un proyecto que empezó en la Fundación cuando eran niños y que continúa en ella, hasta que ellos quieran, como parte del compromiso de la entidad de crear oportunidades para todas las personas, especialmente las más vulnerables, no solo en el deporte y en el ocio, también en el empleo de calidad, y de incluir a las personas diferentes en la sociedad con toda la normalidad y naturalidad posible. Como hacen los niños. «En la escuela los niños me miran alucinados, me dicen que soy como un robot. Pero con toda la naturalidad del mundo, igual que la gente mayor, que me mira con admiración, como valorando lo que soy capaz de hacer».
Y es que no es fácil vivir en un cuerpo que te exige un poco más. No es fácil pero tampoco imposible, de hecho ellos son el mejor ejemplo. Ellos son, sin dudarlo un minuto, 100×100 Fundación y reflejan nuestro 100×100 compromiso.
Aquí puedes leer el número 2 de 2025 de La Revista de la Fundación